Mariana Yampolsky encontró en la fotografía un puente entre la observación y la empatía, un diálogo silencioso con la vida cotidiana de los pueblos de México. Su lente capturó no la miseria, sino la dignidad de hombres, mujeres, niños y ancianos, la persistencia de tradiciones y la alegría en los gestos sencillos. La fotografía de la artista, quien nació en Chicago en 1925 y se naturalizó mexicana en 1954, no se limita a registrar; humaniza, celebra y transmite una cercanía que convierte al observador en testigo de una realidad viva.
“Yo creo que hay varias vertientes en su mirada. Viene de una familia de migrantes. Del lado materno migraron a Brasil y del paterno a Estados Unidos. Rusos y alemanes, con un abuelo campesino que le permitió acercarse a la vida del campo. Creció con personajes muy interesantes, su propio abuelo”, compartió Rebeca Monroy, profesora-investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH.
La cercanía con su entorno rural marcó la sensibilidad de Mariana hacia la población olvidada por la modernidad. “Ella siempre quiso ver el lado justo, alegre, festivo, empático. No es porno miseria. Ella cree que la gente debe verse como individuos, personas. No es folclor, aunque ella sea güera de ojos azules. Llega a los poblados, llama la atención, pero su manera de relacionarse es cercana, cordial”, explicó Monroy, especialista en la obra de Yampolsky.
La fotógrafa estudiaba en la Universidad de Chicago, en donde conoció el trabajo del Taller de la Gráfica Popular. Tras la muerte de su padre, viaja a México para conocer de cerca su cultura. “Ella fue la primera mujer admitida. Allí empata su pasión con una izquierda potente, comprometida, casada con causas sociales. Observa la realidad y las tradiciones con empatía y respeto”, dijo Monroy.
Yampolsky, de quien se conmemora el centenario de su nacimiento el 6 de septiembre, trabajó con niños, ancianos y mujeres, mostró la vida cotidiana con sensibilidad y exaltó los gestos, las manos, los pies y los objetos que componen el tejido de la existencia rural. “Hay un video donde le indica a una niña cómo colocarse para la foto. Su fotografía es juego, alegría y enseñanza. Dignifica a la gente, humaniza los pueblos”, reiteró Monroy.
La elección del blanco y negro en gran parte de su obra no fue solo técnica. “El blanco y negro permite controlar la exposición, los medios tonos y los rostros morenos. El color, en cambio, es caro y asociable a publicidad. Hay una intención, un lenguaje visual que transmite historia social”, explicó Monroy. Así, su fotografía construye narrativas documentales y festivas, capaces de integrar la muerte con el humor popular, como en las calaveras que observa y retrata con complicidad y respeto.
Para la investigadora, el acercamiento de la fotógrafa a las comunidades fue meticuloso y paciente. Estudiaba la geografía, los comercios, la vida cotidiana y luego interactuaba con las personas. “Va del macro al micro. Primero observa el contexto y después entabla relación con los personajes. Muchas de sus series fotográficas se construyen así”, añadió.
Además de su sensibilidad social, Mariana desarrolló un ojo crítico para las transformaciones culturales: la llegada de productos extranjeros, la evolución de la arquitectura vernácula, la preservación de oficios y tradiciones. “Observa cómo cambian los objetos, la invasión del plástico, la Coca-Cola, los Mickey Mouse en las ferias. El desplazamiento del huarache por el zapato de plástico. Registró la transformación de la realidad”, expresó.
Para Monroy, el método de trabajo de Mariana fue constante y organizado. Las hojas de contacto revelan la forma en que construía historias visuales, cómo seleccionaba planos y encuadres, y cómo permitía que los personajes permanecieran activos y espontáneos frente a la cámara.
En el centenario de su nacimiento, la especialista consideró que la artista influenció a toda una generación de fotógrafos y documentalistas.
“Dejó un legado en quienes trabajaron con ella o se acercaron a su obra. Se formó una escuela de fotógrafos inspirados por su mirada, su método y su ética”, compartió Monroy. Su apoyo a colegas, su orientación en archivos históricos y su exigencia técnica consolidaron su posición como referente en la fotografía mexicana.
Finalmente, la especialista aseguró que la mirada de Yampolsky fue multitemática, pues iba de festividades a oficios, de arquitectura a fauna y flora. Su sensibilidad y rigurosidad técnica le permitieron narrar cada contexto. “Mariana abre caminos y enseña cómo mirar, cómo dignificar. Su fotografía no se puede distorsionar, tiene una fuerza que permanece”, cierra.
Por Alida Piñón
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